Tuvo que ser con un ganador de revés, su mejor tiro, cómo Stan Wawrinka se coronó como campeón de Roland Garros tras deshacerse en la final de Novak Djokovic por 4-6, 6-4, 6-3 y 6-4, en 3 horas y 12 minutos.
Djokovic, que había llegado a la cita como imbatido en los últimos 28 partidos, 16 de ellos en tierra, se jugaba inscribir por primera vez su nombre en la Copa de los Mosqueteros. Tanta presión por tener un hueco en la historia le pasó factura. Jugó siempre escondido por detrás de la línea de fondo y dejando la iniciativa a su rival, capaz de conectar 60 ganadores, el doble que el número 1 mundial.